Muchos japoneses quedaron aturdidos y temerosos al conocer la declaración de guerra en 1941. Pero después de las victorias de Hong Kong, Malasia y Singapur sus primeros miedos se esfumaron, empezando a creer que su fuerza espiritual y su disciplina les harían vencer a los aliados. Hacia 1944 la balanza estaba completamente en contra de Japón, pero aun así defendieron sus hogares, ignorado la terrible arma que iba a usarse contra ellos, y que representaría el final de la guerra. Los soldados japoneses estaban muy orgullosos de poner en práctica el código marcial de los Samurái, consistente en ataques feroces y desprovistos de cualquier sentimiento de piedad hacia el enemigo.